“Aunque la copia de un modelo y su
modificación es la opción más
sencilla para transmitir la tecnología, esa
opción no está disponible a veces. Los
modelos pueden mantenerse en secreto, o pueden ser
ilegibles para quien no esté informado
previamente de la tecnología. Se puede tener
noticia de un invento realizado en algún lugar
lejano pero puede ser que los detalles no se
transmitan. Quizá solo se conozca la idea
básica: alguien ha logrado, de alguna manera,
inspirar a otros, mediante la difusión de una
idea, a idear sus propias vías para alcanzar
ese resultado.”1
Diamond Jared
El interés por el estudio de los libros antiguos ha ido en aumento progresivo desde hace algunas décadas. Como consecuencia de esto se ha advertido una mayor preocupación institucional en los procesos de catalogación en prácticamente todos los países, incluyendo México. Esta tarea ha fijado una mayor atención en la caracterización de los valores textuales e históricos que poseen los libros. Los valores textuales son el reflejo de la estructura material producto de todos los procesos que confluyeron en la confección de una obra, en el caso específico de los libros y documentos, el papel, el hilo usado en la costura, la encuadernación, las tintas, los tipos, los grabados, etc. Mientras que los valores históricos se derivan del devenir individual que cada libro ha cursado en siglos y que se vuelve manifiesto por medio de signos de pertenencia (como ex libris, ex donos, superlibris y sellos), marcas de fuego, testimonios de lectura, de censura y expurgo, y también el estado mismo de la encuadernación.
La marca de fuego puede definirse como “una señal carbonizada colocada principalmente en los cantos de estos libros mediante un instrumento metálico”2; se valora como un testimonio histórico distintivo que hasta la fecha, y debido a la escasez de información editada sobre el tema, se ha considerado como un signo que denota pertenencia. Sin embargo, las evidencias actuales no nos permiten asegurar con plena certeza lo anterior, toda vez que varios libros que bien pueden ser atribuidos a una colección novohispana no fueron marcados así. Tampoco se puede asegurar que haya empezado su empleo durante el siglo XVI en España, y que de ahí haya sido trasladada como praxis hacia los territorios americanos de la Corona Española. A la fecha no se ha localizado evidencia documental que pueda fundamentar las apreciaciones sobre esta práctica de marcaje y que pueda brindarnos indicios de cómo se inició y cuál fue su finalidad.3 Lo cierto es que la gran mayoría de las marcas identificadas pueden relacionarse con instituciones en su mayoría de carácter religioso en la época novohispana y algunos otros casos de particulares que pueden ser datados en el siglo XVIII (Francisco de Uraga) y hasta la primera mitad del siglo XIX (Melchor Ocampo).
La dispersión de las colecciones de estas bibliotecas, debida a múltiples factores históricos, fue muy grande y abarcó un dilatado periodo. Pese a todo, los libros que se han salvado de la destrucción y que forman parte de los fondos antiguos de algunas bibliotecas mexicanas contemporáneas, del ámbito público y privado, nos muestran su procedencia original a través de sus marcas de fuego y también nos hablan de un primer trasiego regional, como se ha confirmado actualmente a partir del momento en que las bibliotecas han entrado en relación sobre este tema.
La biblioteca Franciscana de la Universidad de las Américas Puebla y de la Provincia Franciscana del Santo Evangelio de México así como la Biblioteca Histórica José María Lafragua de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla emprendieron conjuntamente la construcción de este Catálogo Colectivo disponiendo para ello de estudios, observaciones sistemáticas y experiencias que han llevado a la propuesta de una metodología específica, con procedimientos de registro manual, fotográfico (con sus metadatos correspondientes) y la aplicación probada de un software libre –xmLibris- desarrollado por la Biblioteca de la Universidad de las Américas Puebla, así como la experiencia de cooperación en diversos proyectos conjuntos, siempre sobre la base del compromiso con la salvaguarda de los objetos que constituyen el patrimonio documental.
xmLibris fue diseñado para el almacenamiento, consulta, navegación y visualización de colecciones de documentos antiguos. Su versatilidad ha permitido trasladar la ficha modelo a una plataforma que permite visualizar colecciones digitales de libros marcados con fuego en estas dos importantes bibliotecas de Puebla y que dan cuenta, principalmente, de los libros de las librerías de las órdenes religiosas, instituciones seculares, incluso de particulares, que las poseyeron.
El Catálogo Colectivo de Marcas de Fuego es una herramienta bibliotecológica en línea, desarrollada en primera instancia para que los libros marcados y las descripciones de sus marcas de fuego —relación que se estableció en el catálogo digital de la biblioteca Lafragua (2006) y que marcó la diferencia con los catálogos impresos anteriores— auxilien a bibliotecarios para la adecuada identificación de la procedencia de los libros antiguos y para que se represente apropiadamente este elemento histórico en los registros de los catálogos automatizados, principalmente.
A mediano plazo, cuando se vayan incorporando otras bibliotecas a este catálogo y cubra un espectro más amplio, aspiramos a que investigadores interesados en la reconstrucción de bibliotecas novo-hispanas se sirvan de este recurso, le dediquen estudios a este tema y nos enriquezcan con nuevas aportaciones.
Si bien es cierto que en los últimos años se han tenido noticias de otras marcas de fuego vinculadas a establecimientos diferentes a los novohispanos, esos casos no pueden compararse con la innumerable cantidad de marcas que se conservan en México. Nos referimos en específico a los siguientes casos: en 2006 se tuvo noticia de una marca de fuego atribuida al convento de Santa Caterina de Barcelona4, que si bien es un caso aislado, no nos permite saber si el procedimiento tuvo su origen en España, o si por el contrario, siguió un modelo novohispano.
Otro caso es la recuperación en el 2008 del artículo de Edoardo Barbieri5 (2003) que da noticia de otras marcas de fuego6 en territorio italiano: la primera, con siglas “SP” (Sanctus Petrus) atribuida a San Pietro di Silki, entonces convento de franciscanos observantes; fue encontrada en una docena de incunables así como en otras tres preciosas ediciones, todas las cuales pasaron a formar parte del acervo de la Biblioteca Universitaria di Sassari a partir de la supresión religiosa. La Biblioteca Provinciale Francescana con sede en San Pietro Silki, conserva algunos volúmenes que lleva en su canto superior las mismas siglas “SP”. Además un Dante7 que lleva la marca de fuego “SPS” que una vez más hace referencia a San Pietro di Silki. Por último un libro de Luca Marineo, Opus de rebus Hispaniae memorabilibus (Alcalá de Henares, Miguel de Eguía, 1533) que en su canto inferior tiene la marca “SFO” la cual ha sido atribuida a S. Francesco di Ozieri, uno de los conventos de frailes menores de Cerdeña. Barbieri reporta igualmente que en la Biblioteca Comunale di Alghero existe la marca de fuego con las siglas “SMP” en dos ejemplares, ambos impresos en 1595 por Damiano Zenaro. Se cree provienen del convento citadino de Santa Maria della Pietà, también de franciscanos observantes.
Toda vez que estas noticias en Europa resultan casos verdaderamente aislados, corresponde a México ser pionero en el estudio y comprensión de estos valores históricos: las marcas de fuego en libros antiguos. Este primer catálogo colectivo digital intenta pues ser un modelo a seguir para otras regiones del norte y centro del país pues al unir esfuerzos se irá concretizando un verdadero Catálogo Nacional de Marcas de Fuego.
El Catálogo Colectivo de Marcas de Fuego tiene como antecesor directo el primer catálogo digital en línea que la Biblioteca José María Lafragua (BJML) de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y el Instituto José María Luis Mora pusieron en la Web en 2006 (www.lafragua.buap.mx). Desde entonces se inició una etapa de revisión y ampliación de éste que llevó, necesariamente, a la concreción de una metodología sistemática de trabajo que fue puesta a prueba y validada por la Biblioteca Franciscana de la Universidad de las Américas Puebla y de la Provincia Franciscana del Santo Evangelio de México.
Ésta, vino a subsanar una de las más importantes fallas detectadas que fue la carencia de métodos, técnicas y procedimientos de trabajo, funcionales y explícitos. Por ello, fue necesario revisar cada uno de los procedimientos y subdividir los procesos que se realizan, a partir del momento en que se selecciona un ejemplar marcado con fuego, hasta la elaboración de la ficha descriptiva correspondiente. De ahí que la corrección, ampliación y ejecución del catálogo de la BJML constituyeran la base del procedimiento metodológico que hoy sustenta este Catálogo Colectivo de Marcas de Fuego.
Se decidió retomar de esa primera experiencia algunos elementos que le valieron una distinción con respecto a anteriores catálogos impresos. Así, se recuperaron e incluyeron las referencias publicadas anteriormente en dichos catálogos impresos, tal y como se hace en otros procesos de catalogación. Las referencias se incluyen en cada marca descrita así como en la bibliografía que se ha ido recopilando sobre el tema. Sin embargo, como se ha podido verificar, algunas atribuciones a alguna orden, convento o institución en particular muestran errores.
Al recorrer las estanterías, observar y analizar ejemplares marcados, buscando relacionar marcas con testimonios de posesión, se pudo observar con más cuidado que algunas marcas, supuestamente identificadas, no correspondían a la atribución propuesta por lo se procedió a efectuar una corrección. Así, se continuó con la práctica iniciada en 2006 de relacionar las marcas identificadas con otros testimonios de pertenencia como son las anotaciones manuscritas, los ex donos, los ex libris, supra libris o sellos presentes en los ejemplares portadores de la marca descrita; incluso se amplió la posibilidad de auxiliarse en la atribución considerando las características de los tejuelos; pero esto requiere del bibliotecario no solo una enorme capacidad de observación y conocimiento de los fondos sino de relacionar siempre la presencia de tejuelos con otros ejemplares marcados en una misma colección. Todo lo anterior forma parte del conocimiento, pues finalmente a la generación de bibliotecarios del nuevo milenio le toca dejar su contribución en el estudio e interpretación de estos elementos históricos agregados en los libros antiguos.
En la experiencia previa de la BJML se identificaron casos concretos que nos hicieron concluir que los autores de los anteriores catálogos, simplemente no vieron un ejemplar con un testimonio de pertenencia que permitiera relacionar una marca específica, disociando la marca del libro marcado.
Es la forma en que podemos explicar la categoría de “marcas no identificadas” que también se muestran en este nuevo catálogo. Muchas de esas marcas solo necesitan encontrar su correlación con otras señales de posesión o pertenencia en el resto de ejemplares que comparten su historia y que sufrieron una dispersión amplia.
Tenemos plena confianza que estas marcas tendrán la oportunidad de salir del anonimato cuando más bibliotecas se unan a este esfuerzo de registro. En esto radica una de las grandes bondades del proyecto de un catálogo colectivo, tanto más si se puede consultar digitalmente. Un ejemplo claro de lo anterior sucedió recientemente, en febrero de 2010, cuando una investigadora adscrita al Archivo Histórico del Estado de Tlaxcala contactó con el personal de la BJML para hacer una observación respecto de una marca del catálogo. Una marca clasificada como “no identificada” salió del anonimato al contar con evidencia que perteneció al Convento Franciscano de Tepeyanco. Dado que una parte de este fondo bibliográfico se resguarda en Tlaxcala, la mayoría de las anotaciones manuscritas de pertenencia están concentradas aquí; los contados ejemplares de la Lafragua, incluso de la Franciscana, carecían de ellas.
Esto también ratifica la importancia y bondades que surgen de establecer colaboraciones interinstitucionales, pues estamos conscientes que cada biblioteca contemporánea forma parte del gran rompecabezas de la dispersión de las bibliotecas y cada fondo tiene secretos qué compartir con los demás además de con el público interesado en el patrimonio documental.
El siguiente elemento que se consideró fue proponer una ficha modelo mucho más clara y completa, con descriptores más precisos que lograran mejores descripciones de estos elementos históricos, poniendo énfasis en el uso de un lenguaje sencillo y sin invadir terrenos de otras disciplinas. En 2006 se creyó conveniente integrar cuatro rubros: clase, categoría, forma y periodo, a los que correspondía una descripción la que finalmente resultó compleja y a veces confusa, dado que el vocabulario empleado correspondía a la heráldica1. De ahí que para esta nueva propuesta se optara por establecer una tipología mucho más simple: limitada a figurativas y epigráficas, categorías que abarcan todo el universo posible de marcas.
Las figurativas muestran la representación de una forma, la cual bien podría ser la simplificación de un símbolo, un icono, de un sello, incluso un emblema. Aunque las hay extremadamente complejas, la gran mayoría recurre a elementos lineales muy sencillos, cargados de significados, y que podían ser fácilmente reproducidos por cualquier herrero. Las epigráficas recurren a elementos textuales, los cuales indican con mayor precisión su procedencia como por ejemplo la frase “S. Domingo de Puebla”. Entre estas las que son más difíciles de identificar son anagramas y monogramas, que reducen a su mínima expresión las letras de que está compuesta una palabra o palabras. Tal es el caso de las marcas de fuego del Convento Hospital de Convalecientes de Nuestra Señora de Belén de la ciudad de Puebla en que claramente se perciben las letras que —entrelazadas— componen la palabra “Belén”.
Una vez que se establecen las “marcas de fuego modelo”, se agruparon a partir de ellas sus respectivas variables que en este catálogo se identifican a partir de la numeración decimal que se agregó a los Identificadores de las Marcas.
Los Identificadores de las Marcas permiten diferenciar una marca de otra y una colección de otra. Equivalen a un número de registro individual. Este número está formado por siglas que corresponden a las letras iniciales de la biblioteca o institución depositaria de la marca de fuego; éstas van acompañadas de un número expresado en unidades de millar que ha sido asignado a una orden determinada y para las marcas se adoptan números consecutivos. Por ejemplo, el identificador BJML-2003 corresponde: BJML (Biblioteca Histórica José María Lafragua, BUAP); la unidad de millar 2000, a la orden de Belén y el número 3, a la tercera marca registrada por la biblioteca que encabeza el registro de ese tipo de marcas. En el caso particular de la Orden Franciscana esta se abrió a dos mil por la enorme cantidad de marcas que hubo en diferentes bibliotecas de México, sus variantes, divisiones y ramas de la misma orden. Si otras bibliotecas o instituciones participantes reportan tener en sus repositorios la misma marca —ya registrada por otra biblioteca anteriormente— solamente se añadirá(n) su(s) nombres en el descriptor “Biblioteca Depositaria”. Este rubro es el que ayudará a identificar la dispersión de libros con una misma marca en varias regiones del país.
Las marcas modelo y sus variables constituyen una de las contribuciones de este catálogo, la cual no fue considerada ni en los catálogos impresos anteriores ni en el catálogo mismo de la Lafragua. Como se puede observar, la mayoría de los catálogos impresos no incluyeron siquiera las dimensiones exactas de las marcas que registraron. Por tanto, esta nueva aportación ha permitido un mayor nivel de detalle y evitar con ello caer en confusiones y apreciaciones ligeras o erróneas.
Las variables se pudieron evidenciar a partir de un procedimiento basado en la implementación de un procedimiento que grosso modo parte de realizar una calca con ayuda de un pedazo de acetato2 tomada directamente de la marca de fuego de los cantos de los libros; de esta calca resulta una plantilla de escala 1:1 la cual facilita la visualización de las diferencias en tamaño y forma de este variado universo de testimonios históricos. Además, se pudo constatar que con las plantillas se ahorra mucho tiempo en lugar de hacer mediciones instrumentales que además de ser una práctica enfadosa puede generar imprecisiones.
La evidencia material nos arrojó algunas variaciones para las que todavía no tenemos una explicación precisa. La cuestión del tamaño de las marcas simplemente no había sido considerada como un problema de conocimiento. Pero esta nueva praxis derivada de una observación más detallada de las marcas ha permitido corroborar que una marca presenta pequeñas variaciones que muchas veces resultan poco perceptibles al ojo humano. Solamente la identificación de un número considerable de las variaciones de una misma marca nos conducirá a hacer diferentes planteamientos sobre este aspecto. Uno de estos, y dada la casuística encontrada, propone la posibilidad que se trate de instrumentos distintos con resultados diferentes. Por ciertos casos observados, pareciera como si la existencia de marcas de fuego que presentan variaciones muy obvias de tamaño proceden de instrumentos de marcaje que se hubieran mandado a hacer simultáneamente, ex profeso, con el propósito de contar con una variedad de herramientas que se adecuaran al grosor de cada libro. Pero esto no sucede en todas las colecciones de marcas. Una segunda hipótesis supone que la vida útil de cada instrumento de marcaje haya sido empleado para marcar cierta cantidad de ejemplares por un tiempo determinado y que debido al desgaste, esa herramienta habría sido sustituida por otra nueva, no sin antes evidenciar el deterioro en la propia marca.
Por la técnica manual empleada para construir ese instrumento es posible pensar en la dificultad de reproducir con exactitud absoluta el objeto marcador empleado con anterioridad. Una tercera conjetura, sujeta a comprobación, deriva de una clasificación temática de los libros. Pero a esta conclusión se llegará cuando al menos una biblioteca novohispana se pueda estudiar casi en su totalidad y revisar si existe un patrón temático unido a las variaciones en las marcas.
Las fichas del catálogo también sufrieron otra modificación en cuanto al uso de las referencias bibliográficas y campo de notas, específicamente. Las referencias bibliográficas que antes se ubicaban inmediatamente después de la descripción de la marca, pasaron al final de la ficha. En estas se incluyen las citas a los anteriores catálogos de marcas de fuego editados con el fin de facilitar su consulta y rápida ubicación. Sea que hayan sido correcta o incorrectamente consignados por los anteriores estudiosos de estos elementos históricos, este campo ofrece al usuario del catálogo, las referencias que anteceden documentalmente este nuevo proceso de catalogación.
En el campo de notas, en cambio, se incluyen todas las demás referencias bibliográficas de apoyo que nos sirven para hacer ciertas atribuciones, sacar conclusiones sobre ciertos simbolismos propios de las marcas, descripciones o brindar más información sobre los nombres de los frailes o personajes que quedaron consignados en los testimonios de pertenencia de los cuales se pudo localizar algún dato biográfico interesante y pertinente.
Adicionalmente a la metodología de identificación y descripción, por primera vez se incluye un procedimiento técnico para el registro fotográfico de las marcas en su contexto. A partir de nuestra experiencia en digitalización, se determinó un estándar de trabajo asequible con el cual unificar criterios para la digitalización de las imágenes que compondrán las nuevas fichas y los estándares de metadatos que pongan en relación la información propia de las imágenes con el objeto original, el libro marcado.
En los últimos años se ha estado replanteando el sentido de la imagen como fuente, como documento que encierra significados, expresiones, interpretaciones y como medio que comunica a un nivel diverso al de las palabras, como testimonio que condensa información valiosa. En este contexto encuentra su encuadre el procedimiento de registro fotográfico pues aunque su objetivo no son las fotografías de las marcas de fuego como tales, se apoya en ellas y por ello intenta seguir, en la medida que le corresponde, las nuevas directrices planteadas como ‘metodología de investigación sobre las fotografías’.
Cabe hacer mención que la biblioteca José María Lafragua fue la primera en presentar las fotografías de las marcas de fuego en relación directa con los ejemplares que las contienen. Como se puede apreciar en las diferentes fichas de este nuevo catálogo, se mantiene el esfuerzo por contextualizar la marca con su entorno inmediato, el libro antiguo marcado, y éste a su vez con la colección original de la biblioteca de la que formó parte y ahora la que actualmente lo resguarda.
Finalmente, podemos decir que los procedimientos que se han ido elaborando y que ahora conforman esta metodología de trabajo se han enriquecido gracias al estudio sistemático que se ha hecho de los libros marcados, dada la casuística que presentan éstos. Cuando pensamos que se tiene considerado todo el universo de posibilidades aparece otro libro con su marca que nos hace replantearnos algunos puntos que ya estaban sentados por buenos y completos.
Creemos que en 2006 se dio un paso importante en la forma de catalogar las marcas de fuego. Sin embargo, el trabajo es perfectible y este Catálogo Colectivo es evidencia de ello pues muestra lo que en cuatro años se ha avanzado, muchas veces gracias a comentarios de usuarios que nos contactaron y nos dieron luz sobre algunos puntos. La práctica y las largas horas dedicadas a los libros marcados, unidos a la experiencia comprobada de la productiva cooperación interinstitucional, que ha contado con el apoyo de los directivos de las bibliotecas participantes, convergen en las propuestas de nosotros los bibliotecarios de fondo antiguo que nos permiten ofrecer a la comunidad bibliotecaria de México esta herramienta de trabajo que constituye el primer Catálogo Colectivo de Marcas de Fuego, en línea.
Mercedes Isabel Salomón Salazar.
Puebla, Pue. Octubre 12, 2010.
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